
La calcomanía del CAS
Mire, si tiene dos minutos, le cuento que Tito es mi amigo desde hace un montón de años.
De esos amigos que por esas cosas de la vida a veces pasa mucho tiempo sin verlos.
Por eso los otros días cuando estuve en su casa, invitado a compartir unas cervecitas, no podía creer que esos dos muchachotes que me sonreían desde sus computadoras eran sus hijos. Más aún cuando noté que le sacaban algo más de una cabeza a mi metro setenta y pico de estatura.
Pero no es de mi amigo Tito ni de sus buenos hijos que quiero hablarle, sino de algo que acaparó mi atención apenas entré a su hogar.
Hermosos escuditos del CAS pegados por todos lados. Hasta en la puerta del placard y en el botiquín del baño estaban los stickers.
Luego de unas cuantas cervezas y un tinto “que cómo no lo vamos a tomar si lo tenía guardado para vos”, retorné a casa despacito, caminando por la avenida Arias satisfecho de tantas atenciones.
Está muy claro, los hijos de Tito no podían haber sido de otro club que de Sarmiento.
Si me parece verlo hoy al Tito cuando éramos pibes corriendo por la canchita con esa camiseta de piqué color verde con vivos blancos en el cuello y las mangas que por ahí la conseguías de milagro allá en el fondo de la zapatería Bazzani, donde tenían estanterías con camisetas de futbol, medias, pantaloncitos y hasta canilleras y guantes de arquero. Porque en aquellos tiempos, minga de casas de deportes y ni hablar de merchandising.
Le digo más, le confieso, mejor dicho, con algo de pudor, yo le envidiaba esa camiseta al Tito. ¡Bah! Qué se yo, no sé… Lo que le puedo asegurar es que yo quería tener una igual.
Ya más grandes lo recuerdo, partido de visitante jugando en Primera “C” contra Midland, cuando se nos vinieron encima más de doscientos hinchas, pararse de manos en la tribunita para “aguantar” el trapo que ese día habíamos llevado y que gracias a los “huevos” del Tito, trajimos de vuelta.
Así que los pibes heredaron esa pasión y con los tiempos que corren hoy y con las compus, las impresoras y la mar en coche habían metido esos “stickers”, como se dice ahora, hasta en la cucha del perro.
¡Bueh!, decía que no era de Tito ni de sus hijos que quería contarle, pero ya ve…
Al rato de caminar me acordé cuando de pibe lo conocí al “Turco” Alejandro.
Fue un día de práctica, esa vez que Ulrich se calentó con un viejo de la platea, Dios lo tenga en la gloria, como a todos los Sarmientistas, porque el buen hombre le gritó algunas palabras que al jugador no le gustaron.
En resumen, el rubio delantero lo fue a buscar, el hombre a pesar de su edad no arrugó y “acá se arma” pensamos todos.
El “Turco”, con ese don de gente que tienen los buenos tipos, puso los gestos y las palabras justas y la cosa se aplacó. “Che, al final todos somos de Sarmiento y queremos lo mejor para el Verde, así que vos viejito, dejate de joder. Y vos Ricardo anda y seguí entrenando que el domingo acá no podemos perder”.
En medio de aquel despelote, vi por primera vez en una calcomanía pegada en la radio portátil del Turco el escudito verde con las hermosas letras blancas subiendo y bajando.
Dígame, usted se acuerda de aquellas viejas calcomanías que no eran como las de ahora, vio, ni tampoco se llamaban sticker. Una vez me regalaron dos o tres en una bicicletería. Una tenía dos banderas a cuadros en blanco y negro y los aros olímpicos en colores, otra tenía la palabra Broadway en letras de fantasía asomando detrás de una bicicleta y la otra decía “Bicicletería Bruno”, con una bicicleta negra de la que salían rayos de colores.
Y no eran como las de ahora, que se retira la calco del papel, se pega directamente y listo. No, aquellas tenían un proceso algo más complicado.
Primero había que sumergirlas en agua por algunos minutos, observar que la calco se fuera levantando del papel, después sacarlas y, finalmente, con mucho cuidado, porque se rompían de nada, despegarla del papel y adherirla sobre la superficie elegida. Todo esto debía hacerse con extremo cuidado, ya que el papel era muy delicado. Una vez pegada se pasaba suavemente un trapito por encima y “pipí cucú”. Quedaba tan agarrada que “anda que la saque mongo”.
Disculpe, me fui de nuevo del tema. Volvamos al recuerdo de aquel escudito en la radio del “Turco”.
Mire que Junín es chico, che. Pero por esas cosas que uno no entiende yo al “Turco” lo ubico casi únicamente en el estadio de cemento. Porque vaya a decirle Eva Perón por aquellos tiempos, según una vez me contó mi viejo, hasta te podían meter en cana.
Y lo ubico más precisamente en la platea techada como se dice ahora, antes no, porque era la única que había.
Y digo casi únicamente porque una de las pocas veces que lo vi fuera de la cancha fue una vez que pasó caminando por 12 de Octubre, cuando desde la casona de la esquina lo vio pasar su paisano Abdalah y le gritó riendo: “turco, dejate de joder con Sarmiento, de Platense tenés que ser.”
Alejandro lanzó la carcajada “andá, ¡qué Platense! Si ustedes tienen dos hinchas: vos y el polaco Goyeneche”. Y entre risas se saludaron con un abrazo, porque el turco Abdalah también sufría por el Verde. Rarezas de barrio y fútbol, vio. Porque fijese usted, en Junín en pleno barrio Prado Español, un hincha de Platense.
Como esto se está haciendo un poco largo le cuento que esa tarde que conocí al “Turco” Alejandro, su radio portátil y la calcomanía con el escudo del CAS, quedé enamorado de ese triangulito de sensuales curvas y las imponentes letras blancas, sigla de nuestro club.
Tanto que cuando llegué a casa y causando cierta sorpresa en mi madre encaré para mi portafolio escolar de cuero marrón, saqué afanoso unas hojas canson de la carpeta, un lápiz negro y uno verde de la cartuchera y, ante la mirada extrañada de mi vieja, me puse a dibujar y colorear cuantos escuditos pude.
Claro ninguno me salió como ese que, por primera vez, había visto esa tarde.
Es más: si usted me apura le digo con toda seguridad que no vi, ni veré, por más computadoras, impresoras, tintas y todos los artilugios de última generación, que usted quiera, ningún escudito como el de la calcomanía en la radio del “Turco” Alejandro.
(*) Profesor en Letras e Historia y periodista. Se desempeñó como Jefe de Redacción en el Diario de la República de San Luis y como periodista en Semanario y La Verdad de Junín. En San Luis fue profesor en la Universidad Católica de Cuyo, el Nacional Juan Pascual Pringles y la Escuela Secundaria de El Trapiche.
En Junín, fue director de la Escuela Secundaria N°19 y profesor en varias escuelas de nivel medio.

Cuartos de final
